La familia del bilbaino Miguel Ángel Martínez denuncia 12 años de silencio institucional en torno a su extraña muerte y mutilación en 2005
Blanca Martínez, con la documentación sobre el caso de su hermano, Miguel Ángel. FERNANDO DOMINGO-ALDAMA
El 29 de septiembre de 2005, María Isabel Santamaría, la madre de Miguel Ángel Martinez, recibió una llamada de la comisaría de la Policía de la calle Gordóniz, en Bilbao: “El cadáver de su hijo ha aparecido flotando en aguas de Lidingo, Estocolmo, con la mano derecha cortada”. El mundo se le vino abajo. Sospechaba que a su hijo de 44 años le había pasado algo, pero no imaginaba, ni por asombro, que 12 años después no tendría en sus manos una identificación del cadáver mínimamente seria, ni sabría la causa del fallecimiento.
Nadie en su sano juicio hubiera podido imaginar entonces que la policía sueca no había hecho fotos del levantamiento del cadáver, o que el certificado de defunción había sido fabricado sin una identificación definitiva. Pero lo que estaba a años luz incluso, de las mentes más novelescas, era que 12 años después toda su familia se iba a estar torturando con la imagen de un cadáver que no les han dejado ver pero que es imposible no recrear cuando cierran los ojos: según una segunda autopsia realizada en Londres varios meses después de morir en Estocolmo, Miguel Ángel no tenía ni corazón ni el 75% de su hígado.
“Esta es una historia que nadie quiere oír”, lamenta Blanca Martínez, su hermana, “pero quienes menos queremos escucharla somos nosotros”, explica con dos carpetas de papeles oficiales que ha ido recopilando luchando con uñas y dientes ante la insolidaridad, la incomprensión y el oscurantismo de las mismas instituciones que los emitieron. Blanca, sus padres, y también algunos especialistas relacionados con la medicina forense, con la judicatura y con la policía española creen que, detrás de los documentos oficiales que apuntan a un suicidio de Miguel Ángel –primero se pudo tirar de un puente, luego de un barco- se esconde una gran mentira: “La verdad es que creemos que fue asesinado”.
El viaje de Miguel Ángel comenzó el 28 de abril de 2005, fecha en la que salió del País Vasco, pero todavía nadie puede certificar, a ciencia cierta, que terminó en aquel lago. Cogió una mochila, -unos 11.000 euros en su cuenta-, una tarjeta de crédito y su documentación para viajar en tren, con Interrail por Europa, y, el 22 de septiembre, casi cinco meses después, un policía judicial de Bilbao telefoneó a su madre para comunicarle su muerte.
Fotocopia del DNI presuntamente sumergida durante varias semanas.
La última persona que escuchó su voz fue un funcionario de la embajada de España en Estocolmo al que solicitaba ayuda para comunicar con el director de una sucursal de la antigua Bilbao Bizkaia Kutxa, para que le transfiriera fondos. Quedó en volver a llamar , pero esa llamada nunca se produjo. Al parecer tenía problemas con su tarjeta. De hecho, una semana antes se apostó en una sucursal de Nordea Bank, en una localidad próxima a la capital, y dijo que de allí no se movía si no le gestionaban fondos de su cuenta.
Se lo llevó la policía sueca a una comisaría donde estuvo retenido un número indeterminado de horas. Los agentes fueron los últimos –que se pueda documentar- que le vieron con vida. Curiosamente el DNI que apareció en el pantalón trasero del cadáver fue el que, remitido desde España, permitió su identificación. Sin embargo, ese documento llegó a la comisaría sueca en la que estaba retenido Miguel Ángel tres horas después de que según el registro policial fuera liberado. “¿Cómo es posible que los policías que localizaron a Miguel Ángel en el lago no lo detectaran en su bolsillo y que, después, en la morgue, lo encontrara una persona que temporalmente ayudaba en el servicio forense”, se cuestiona Blanca. ¿Cómo es posible?, se pregunta, que después de tanto tiempo en el agua la fotocopia de papel de su DNI esté perfecta cuando llevaba en el agua varias semanas.
Los agentes de la policía sueca fueron los últimos que le vieron
En el informe forense preliminar comunicado el 27 de septiembre, cinco días después de aparecer el cadáver, -aunque en la fecha de emisión figura el 27/8/2005- la médica certifica que el cadáver presentaba hematomas “posiblemente por la caída/salto desde un lugar elevado, pero por lo demás, los órganos internos bastante normales aunque en estado cadavérico”, debido a que había estado en el agua muchas semanas. Ese informe es ampliado y comunicado a la familia a través del Ministerio de Asuntos Exteriores en febrero de 2006 confirma: “Hombre no identificado, posiblemente Miguel Ángel Martínez”… “se sospecha se tiró al agua desde un buque que hace la línea Estocolmo Helsinki. Presumiblemente los pulmones con señales de haber muerto ahogado. Las circunstancias podrían indicar que se haya podido suicidar , pero las investigaciones forenses no han podido determinar las causas concretas. La causa del fallecimiento es poco clara”.
Cuando los familiares de Miguel Ángel se trasladaron a Estocolmo, el 12 de octubre, la policía no les permitió reconocer el cadáver. No había fotografías para poder identificarlo. Desde que le despidieron en 2005 en la estación del tren, no le han vuelto a ver. Las sospechas de que extraordinario estaba pasando empezaron a tomar cuerpo. No creían de ninguna manera en la tesis del suicidio pese a que sufría una esquizofrenia paranoide controlada que nunca le había impedido trabajar. De hecho, estuvo dos años trabajando como bedel en el hospital Brompton de Londres. Allí convivió con la que fue su novia hasta que falleció. Dejó escrito en sus últimas voluntades que quería ser enterrado en Londres, junto a ella.
Esa previsión acabó siendo clave para enturbiar más el asunto. Cuando el cadáver viajó a Londres en noviembre de ese año, el juez de instrucción de la oficina forense de Westminster abrió una investigación para corregir, si fuera posible, las imprecisiones del informe forense sueco. El shock fue monumental. “No es posible identificar la causa de la muerte por ausencia del corazón. Ambos pulmones sin otros cambios patológicos distintos de la descomposición –no aprecia muestras de encharcamiento o muerte por ahogamiento-. 600 gramos de hígado (faltan 743) de 1343”, dejó escrito el forense Peter Witkins. Le faltaban dos órganos.
Hombre no identificado, posiblemente Miguel Ángel Martínez»
La forense sueca ratificó años después que los órganos estaban en Suecia en el cadáver de Miguel Ángel. Pero la identificación seguía sin ser fiable. Los informes a veces dicen que lo identificaron con el dedo índice derecho (que no existía) y otras con el entre el dedo índice izquierdo. ¿A quién creer? se pregunta Blanca. Varios expertos en medicina forense les dijeron que las lesiones no son compatibles con alguien que se tira de un barco o un puente. No tenía ningún hueso roto, pero sí eran compatibles con los que produce una barra o porra. El corte en una ceja que apreciaron los policías que le encontraron tampoco aparece en el informe sueco.
“Nos animaron a denunciar”, y es lo que estamos haciendo desde entonces. Presentaron una denuncia en Estocolmo por homicidio y tráfico de órganos, y desde entonces lo han denunciado en todas las instancias posibles, desde el Parlamento Europeo al vasco pasando por los defensores del pueblo. Incluso la Fiscalía de la Audiencia Nacional ha solicitado documentación adicional a Gran Bretaña y la posibilidad de exhumar el cadáver para identificarlo. Nada de nada. «El Ararteko (Defensor del Pueblo Vasco) me reconoció que ha habido, cuando menos actuaciones incorrectas e incluso irregulares por parte de la policía sueca, de la administración de aquel país, y también por parte de las autoridades españolas (Ministerio de Asuntos Exteriores) que han intervenido.
“Mis padres tienen 85 y 87 años. Se van a morir sin saber qué ha sido de su hijo. Si lo mataron, o quien lo mató, por qué lo mutilaron. Nadie aclara nada. Es difícil imaginarse un infierno más cruel», lamenta Blanca.
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