Miguel Ángel Martínez, que trabajó dos años como celador en un hospital de Londres/E. C.
Miguel Ángel Martínez, que trabajó dos años como celador en un hospital de Londres / E. C.

Londres exhumará el cadáver de Miguel Ángel, el vecino de Algorta (Getxo) que apareció en un fiordo en Estocolmo sin corazón ni parte del hígado

EIDER BURGOS  

Hace 13 años, Miguel Ángel Martínez fue enterrado en el cementerio londinese de Gunnesbury, tal y como había pedido. En abril de 2005, este vecino de Erandio de 45 años emprendió un viaje desde Irún que le llevaría por toda Europa. El 22 de septiembre, su cuerpo apareció en la orilla de un fiordo en Estocolmo. Una forense sueca dictaminó que se había suicidado lanzándose al agua desde un ferry. Cuando fue trasladado a Inglaterra, sin embargo, una segunda autopsia dio un grotesco vuelco al caso: no se encontró agua en los pulmones y además le faltaban el corazón y tres quintas partes del hígado. Su familia ni siquiera está segura de que a quien dieron sepultura era Miguel Ángel.

Después de más de una década de «lucha» con diversas autoridades y embajadas, al fin Londres les ha concedido el permiso para exhumar el cadáver. El objetivo, que se le someta a una tercera autopsia con la que determinar no solo cómo murió, también si realmente es él: «Quiero saber si mi hermano es el muerto que enterramos», clama Blanca Martínez, hermana menor del fallecido.

Según denuncia, «la policía sueca nunca llegó a identificarle». De hecho, iba a ser enterrado «sin nombre» hasta que una enfermera encontró fortuitamente una fotocopia del DNI de Miguel Ángel en uno de sus bolsillos cuando ya estaba en la morgue. Más tarde se les informó de que le habían identificado por las huellas de la mano izquierda, «aunque la Policía Nacional solo les remitió las de la derecha». No podía contrastarlas, porque al cuerpo le faltaba precisamente esa mano. Lo de que su hermano saltó de un ferry, Blanca tampoco se lo cree: «Un agente sueco nos dijo que era imposible que fuera en ese barco sin que le tomaran los datos primero, y su nombre no aparece en ningún registro».

En su contexto
2005
fue el año en el que desapareció Miguel Ángel Martínez. En abril, tomó un tren desde Irún para emprender un viaje por Europa. En septiembre, su cuerpo apareció en un fiordo en Estocolmo.
Autopsias dispares
La primera determinó que se había suicidado saltando de un ferry, pero la segunda no halló agua en los pulmones. Le faltaban el corazón y parte del hígado. Además, el barco desde el que supuestamente se lanzó registra a todos sus pasajeros, y el nombre de Miguel Ángel no aparece en las listas. Al cuerpo le faltaba la mano derecha.

 

Sobre la muerte de Miguel Ángel siempre ha volado la sospecha del tráfico de órganos, aunque Blanca prefiere ser cauta: «No voy a decir que fue víctima de ello, pero tengo mi teoría». Lo que sí denuncia sin tapujos son las muchas «irregularidades» cometidas. También por las autoridades vascas y españolas, que se han limitando a «mantener el caso en un cajón». «Nadie nos ha llamado. A mí, que soy la víctima, me ha tocado ser investigadora, abogada, criminalista… Hay gente que no tiene categoría», denuncia.

Ante la próxima exhumación, espera que al fin respondan, aunque no conoce siquiera quién deberá correr con los gastos del proceso. Para llevar a cabo la tercera autopsia les han dado un año. Uno más en los trece que acumulan de calvario: «Mis aitas tienen ya 85 y 87 años y, no sé cómo explicarlo…», suspira Blanca. «A mí esto me ha destrozado la vida». Pero no se rinde: «Voy a hacer justicia, por mi hermano. Nadie se merece morir así».

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