Adrián Mateos 21/10/2018
Blanca Martínez lleva 13 años investigando la muerte de su hermano Miguel Ángel, cuyo cadáver apareció en Suecia en 2005
«Mi hermano murió en Suecia, sea o no el hombre que está enterrado. Algo le pasaba, algo muy malo. La última llamada que hizo al consulado fue para decir que quería irse cuanto antes de allí. Intentó sacar efectivo, pero no pudo. Lo que dicen los suecos es que se negó a irse del Nordea Bank hasta recibir el dinero. Que no estaba documentado, y que se lo llevaron a una comisaría. Que fue identificado a través de una fotocopia que mandó a la Policía española, la misma que apareció cuando encontraron el cadáver. Hasta la segunda autopsia, la que le hicieron en Londres, no descubrieron que a ese cuerpo le faltaba el corazón y la mayor parte del hígado».
Miguel Ángel Martínez Santamaría nació en 1960 en el municipio vizcaíno de Erandio. Su familia lo vio por última el 28 de abril de 2005, cuando abandonó su tierra para recorrer Europa en tren. Tenía 44 años y cerca de 12.000 euros en su cuenta bancaria. Además, percibía una pensión mensual de 618 euros por una esquizofrenia paranoide. El 29 de septiembre de ese mismo año, la Policía de Bilbao informó a su madre de la aparición de un cadáver en aguas de Lidingö, a escasos kilómetros de Estocolmo, con la documentación del ciudadano vasco en un bolsillo.
Su hermana, Blanca Martínez, ha sacrificado los últimos 13 años de su vida para esclarecer la muerte de Miguel Ángel. Decenas de cartas, documentos, faxes y otros escritos avalan la investigación de la vizcaína, que denuncia que ni la versión de las autoridades suecas ni la de las españolas logran sustentar un caso lleno de irregularidades. El Ministerio de Justicia Británico ha autorizado ahora la exhumación del cuerpo, operación que podría resultar clave para despejar las incógnitas.
La Justicia británica ha autorizado la exhumación
Pese a este giro de los acontecimientos, Blanca todavía se siente «desprotegida» por las autoridades españolas y europeas: «Nadie me ha llamado nunca, nadie me ha escuchado. Las fiscalías no han hecho nada aquí ni allí, no he tenido derecho ni a un abogado», lamenta la que fuera delegada de SOS Desaparecidos en Euskadi, que reconoce que ha vivido con «rabia acumulada» durante todos estos años: «Sé que lo que me han contado es mentira —afirma—. Lo que más me duele es que hay gente que sí sabe lo que ha pasado, pero no me lo dicen».
Contradicciones
Lo que las autoridades suecas contaron a Blanca fue que su hermano entró a sacar dinero a una sucursal del Nordea Bank de la que se negó a marcharse hasta completar la transacción. Aunque tenía 12.000 euros en su cuenta, parece ser que tuvo problemas con su tarjeta de crédito: «No soy un indigente», le espetó a una empleada de la embajada española cuando se puso en contacto con ella para intentar solucionar el problema. Miguel Ángel, que no portaba documentación, fue presuntamente detenido y enviado a una comisaría de Estocolmo de la que salió en libertad sin cargos. Para reconocerle, España había enviado una fotocopia de su DNI que llegó a las siete y doce minutos de la tarde, tres horas después de que el ciudadano vasco quedara libre. Resulta inconcebible, por ello, que dicho documento apareciera prácticamente intacto en el bolsillo del cadáver hallado un mes después en un fiordo de Lidingö.
«El cadáver que apareció se encontraba en tan mal estado que no se podía saber la causa, la fecha y las circunstancias de la muerte, pero la fotocopia del DNI estaba intacta. Y me dijeron: “Le mandamos enterrar como un sin nombre, pero tenéis una suerte terrible porque en el departamento hay una enfermera de origen español que dijo que, por la cara, parecía tener aspecto de español”». Se trata de Isabella Franco Cereceda, que casualmente se encontraba en la morgue el día que llevaron el cuerpo. «En fin», suspira Blanca, que reconoce que al conocer la noticia entró en estado de «shock».
No hubo autoridades judiciales ni forenses en el levantamiento del cadáver, del cual tampoco se realizaron fotografías. A la familia se le impidió ver el cuerpo a pesar de que de dos primos de Miguel Ángel se desplazaron inmediatamente hasta Suecia para encargarse de los trámites. Desde un primer momento, y en base a las elucubraciones de la forense Petra Rästen-Almqvist, la Policía apuntó al suicidio, aunque en el propio informe se subraya que la causa de la muerte es «poco clara».
Fueron estas apenas algunas de las irregularidades de un caso del que el propio policía encargado de la investigación, Tommy Pettersson, desconocía buena parte de los detalles. De hecho, ni siquiera sabía el lugar exacto en el que fue hallado el cadáver. Por otro lado, unos informes aseguran que lo identificaron con el dedo índice izquierdo y otros con el derecho cuando, supuestamente, el cuerpo fue hallado sin la mano derecha. La familia de Miguel Ángel tampoco logró hallar a la ciudadana británica que supuestamente encontró el cuerpo en el fiordo sueco: «Denúncianos», asegura Blanca que le dijo una vez el jefe de la Comisaría de Estocolmo, que «no daba crédito» a lo sucedido.
Nueva autopsia
La experiencia fue dantesca, pero la pesadilla de la familia de Miguel Ángel solo acababa de empezar. Él mismo había dejado por escrito que quería ser enterrado en Londres, donde había trabajando algunos y años y donde estaba enterrada una mujer a la que apreciaba y a la que cuidó hasta el día de su fallecimiento. Dado que no habían quedado acreditadas las circunstancias de la muerte, los británicos se negaron a enterrar el cuerpo y ordenaron realizar una segunda autopsia.
El 17 de noviembre de 2005, el forense Peter Witkins confirmó que al supuesto cuerpo de Miguel Ángel Martínez le faltaban tanto el corazón como tres quintas partes del hígado. La autopsia reveló también que los pulmones no mostraban signos de ahogamiento y que las heridas que presentaba el cadáver no se correspondían con las que se pudo haber producido saltando desde un ferry o un puente, lo cual echaba por tierra la teoría del suicidio. Sin embargo, años después la forense Rästen-Almqvist ratificaría que dichos órganos se encontraban en el cadáver cuando lo analizaron en Estocolmo.
«Después de 13 años, todavía no sé ni si es el cadáver de Miguel Ángel —lamenta Blanca—. Todo está patas arriba, es un despropósito. Si el muerto es mi hermano, quedan por hacer un montón de preguntas. Si al final no lo es, es para escribir una novela». En este sentido, subraya que «no hay palabras» para explicar lo que ha padecido durante un tiempo en el que «nadie» la ha escuchado: «La sensación de abandono es terrible, tengo rabia acumulada y he educado a mis hijos en la rabia. Mi madre me educó en el amor y yo estoy educando desde la rabia. ¿Cómo se soluciona eso?».