El diario sueco ‘Dagens Nyheter’ omite las irregularidades policiales en la primera información escandinava sobre el caso.
Tomó «unos terroncitos» de tejido del corazón para practicarle unos análisis y los devolvió al cadáver. Eso es lo que dice, a grandes rasgos, la forense sueca Petra Rästen-Almqvist en una entrevista concedida al diario sueco Dagens Nyheter escrita por la periodista Evelyn Jones.
El dato es relevante, dado que, aunque improbable, una de las hipótesis barajadas por los investigadores es que hubiera tirado el corazón y la mitad del hígado al cubo de la basura. ¿Claro que para qué?
Hasta ahora, lo que Rästen-Almqvist había sugerido a la familia de la víctima es que ese órgano podría haberse evaporado de camino hacia Inglaterra, afirmación que despertó la perplejidad y a menudo el resquemor de sus colegas españoles, habida cuenta de que los órganos no se disuelven como entes incorpóreos dentro de los cadáveres. Y menos todavía, de forma selectiva y sin dejar rastro. A todos los efectos, afirmar algo así fue interpretado como una burla por los versados en ciencias forenses.
Pero vayamos por partes. Para quienes desconozcan los detalles de esta truculenta historia ampliamente investigada y divulgada por el diario Público, Miguel Ángel Martínez Santamaría (Erandio, 1960) dejó Euskadi a finales de abril de 2005 con el propósito de conocer Escandinavia. Su familia ya no volvió a tener noticias suyas hasta el 29 de septiembre de ese mismo año, fecha en la que un funcionario de la comisaría de Bilbao comunicó a su madre que había aparecido flotando muerto sobre las aguas de un fiordo, en un barrio opulento de los aledaños de Estocolmo.
Emulando a Stieg Larsson
La Policía sueca atribuyó la muerte de Santamaría a un suicidio y, amparándose en las conjeturas de la forense Petra Rästen-Almqvist, terminó cerrando el casosobre las siguientes conclusiones: Miguel Ángel se quitó deliberadamente la vida lanzándose desde un ferry. El examen post mortem realizado por Almqvist atribuía su fallecimiento a un ahogamiento.
Eran meras especulaciones. Y lo que es todavía peor, sólo una enorme coincidencia impidió que se le incinerara como un muerto anónimo, dado que la policía lo mandó a la morgue como una víctima sin identificar, pese a que, en teoría, había una fotocopia de su DNI en un bolsillo de su pantalón.Nadie hubiera puesto en entredicho la versión sueca si Miguel Ángel no hubiera consignado entre sus últimas voluntades ser enterrado en Gran Bretaña. En cumplimiento de su deseo, su cadáver fue trasladado el 4 de noviembre de 2005 al aeropuerto de Heathrow, en Londres. Claro que los ingleses no sólo decidieron no enterrar de inmediato al vasco, sino que, siguiendo su estricto protocolo, le practicaron una segunda autopsia que contradecía a la primera y apuntaba de manera inequívoca a que el cadáver enviado por los suecos carecía de corazón y de la mitad del hígado.
El médico británico que examinó el cadáver -hoy jubilado e ilocalizable- no halló agua en sus pulmones, ni otros signos que permitieran concluir que Miguel Ángel se había ahogado. Ese mismo protocolo permitió a los británicos descubrir el pasado año que otros tres cadáveres de ingleses habían sido repatriados parcialmente vaciados. En contra de lo que durante años sostuvo la Organización Nacional de Trasplantes, el tráfico de órganos no es el mito del sacamantecas. La hermana de Miguel Ángel, Blanca Martínez Santamaría, está convencida de que si se aplicara el mismo protocolo aquí aparecerían también cadáveres sin órganos. Ciertas informaciones no investigadas por la Administración española de las que tuvo conocimiento apuntan a que al País Vasco se expatrió al menos otro muerto sin órganos.
Buena parte de cuanto sabemos acerca de la suerte de Miguel Ángel se basa en conjeturas. Claro que existen ciertas cuestiones, sostenidas sobre documentos, acerca de las que la familia del fallecido no alberga duda alguna. Una de ellas es que la policía sueca ha faltado a la verdad deliberada y reiteradamente y ha interpuesto mil equívocos como cortinas de humo para ocultar su propia mala fe e incompetencia. En opinión de Blanca, este caso hasta ahora silenciado por la prensa escandinava, es una de las chapuzas más notorias y sombrías de la historia policial europea. Ahora, la familia aguarda a resolver ciertos escollos burocráticos para exhumar en breve los restos de la víctima, practicarle una tercera autopsia y cotejar los resultados de una prueba de ADN con los que se obtuvieron tras analizar el de sus padres. A decir verdad, ni siquiera nadie está seguro de que quien yace entre las brumas londinenses de Gunnersbury sea el vasco.
La historia es ya bien conocida tanto en España como el Reino Unido y otros países europeos. Pero por sorprendente que resulte, ningún diario escandinavo había juzgado oportuno hasta el domingo pasado dedicar un reportaje amplio al primer caso documentado europeo de tráfico de órganos, a pesar, o probablemente a causa, de que el crimen no se cometió en Egipto o en Moldavia, sino en algún lugar situado entre la ciudad de Karlstad y Estocolmo.
De hecho, no fueron las investigaciones realizadas por los periodistas españoles las que indujeron a los suecos a hacerse eco de lo ocurrido, sino el hecho de que el diario británico The Sunday Times se hiciera eco hace unos meses de una noticia de Público en la que se daba a conocer que las autoridades del Reino Unido habían autorizado la exhumación del cadáver para practicarle una tercera autopsia. El secreto estuvo a salvo hasta que la historia se divulgó en inglés, dentro de la edición española del diarioThe Local. En su favor tenían los “scandies” el modo idealizado en que se acostumbra a percibir sus sociedades y las simpatías que despiertan entre los anglosajones.
Mucho mejor cuando pasa en Palestina
Catorce años se cumplirán el próximo septiembre de la muerte de Miguel Ángel Martínez Santamaría, y la mayoría de los suecos todavía ignoran que el cadáver de un vasco hallado en el fiordo de Lidingöy previamente examinado por la forense Petra Rästen-Almqvist llegó a Heathrow sin corazón y sin parte de su hígado.
En más de seis ocasiones hemos intentado contactar por correo, siempre infructuosamente (la última, anteayer); tres años atrás, nos trasladamos incluso al Instituto Forense de Estocolmo, sin lograr ser atendidos.
Exactamente lo mismo ha sucedido con la experta sueca en tráfico de órganos Susanne Lundin, autora de varios voluminosos estudios sobre la demanda escandinava de riñones en el Tercer Mundo, pero al parecer poco interesada en este asunto más cercano.
A falta de la forense sueca, conseguimos charlar con un colega de Rästen-Almqvist, quien aseguró perplejo que el proceder de la directora del Instituto Forense era absolutamente inaceptable, si en verdad había actuado del modo en que le sugeríamos, tal y como, en efecto, sucedió.
Se hace la sueca
Más afortunados que nosotros, nuestos colegas del diario sueco Dagens Nyheterhan conseguido que hable la forense; bien es verdad que, en lugar de aclarar a qué se debe lo ocurrido, se ha limitado a enhebrar cuatro evasivas que aún proyectan más sombras sobre el caso. Resulta casi inevitable mencionar a Stieg Larsson, cuya imaginación no alcanzó jamás a fabular una cadena de episodios semejantes que implicara a la policía de su país. «Petra está mintiendo», nos confesó la autora de la entrevista que recogía el reportaje, Evelyn Jones, cuando hace varios meses le preguntamos por sus impresiones sobre la entrevista.
«¿Hay manera de saber qué le pasó a Miguel Ángel Martínez? ¿Cómo es posible que el forense británico no hallara el corazón en su cuerpo?», le preguntó Jones a Rästen-Almqvist, obviando, en todo el reportaje, que el médico británico que le practicó la segunda autopsia detectó que también habían sido retirados del cadáver mediante un limpio corte quirúrgico seiscientos gramos de su hígado. A partir de ese momento, la médico sueca comienza a encadenar diferentes subterfugios con la esperanza de persuadir a los lectores de lo compleja que es su profesión en ausencia de muertos exquisitos. Se diría que Rästen-Almqvist vive en un mar de dudas cada vez que se enfrenta a su trabajo.
«Es muy difícil saber cómo ha muerto alguien cuando su cadáver se halla en muy mal estado. Para determinar la causa de un fallecimiento uno combina los datos obtenidos por la policía con los conseguidos gracias a la autopsia», responde Rästen-Almqvist a la periodista sueca, para añadir, a renglón seguido, que no es sencillo saber por qué en la autopsia británica no se encontró ese corazón. Dice igualmente la forense que ella se limitó a cortar cinco pequeños pedacitos, «como terroncitos de azúcar», para analizarlos en el microscopio. «Definitivamente, el corazón no desapareció. Tras ser cortados, todos los trocitos de órganos fueron devueltos al cuerpo», respondió a la periodista. O dicho de otro modo, según Rästen-Almqvist, el corazón seguía en el cuerpo de Miguel Ángel cuando ella concluyó la autopsia.
-¿Hay alguna posibilidad de que olvidara volver a poner los pedazos de corazón que extrajo?-, insiste la reportera en su información.
-No, en ningún caso. Todo lo que se extrajo durante la autopsia se devolvió al cuerpo. Pero es extremadamente difícil hacer un nuevo diagnóstico (análisis post mortem), especialmente en un cuerpo tan transformado. Entonces, las posibilidades de hacer ciertos diagnósticos se deterioran-, precisa la forense.
No es sencillo entender a qué se refiere Rästen-Almqvist con tantos eufemismos, pero se diría que está tratando de poner en tela de juicio las conclusiones alcanzadas por el forense inglés, habida cuenta de que el cuerpo que llegó hasta Londres se encontraba extremadamente descompuesto (transformado).
-Se trata de un caso que ha atraído mucho la atención pública y que ha dado lugar a especulaciones sobre tráfico de órganos -pregunta Jones en el Dagens Nyheter.
-Sólo pienso que es realmente extraño y horrible que pienses que le han ocurrido cosas a tu cuerpo.
-¿Cuánta certeza tiene de que murió ahogado?
-Si un cuerpo ha permanecido mucho tiempo en el agua [y está muy deteriorado, se colige], una nunca puede estar segura al cien por cien de que alguien murió por ahogamiento.
-¿Y podría alguien certificar que murió por alguna otra causa?
-Esa es una afirmación que está fuertemente relacionada con la investigación policial -concluye la forense en el reportaje de Dagens Nyheter, profusamente ilustrado y acompañado de un vídeo.
La información de cinco páginas, publicada en la edición dominical del pasado día 13 de enero fue esperada durante meses por la hermana de la víctima con la esperanza de que la divulgación en Suecia de los hechos ayudará a esclarecer lo sucedido. Eso no ha ocurrido de momento. De hecho, Blanca Martínez Santamaría considera muy decepcionante que ese periódico haya omitido todos los datos y documentos que, objetivamente, acreditan que la policía sueca ha mentido. Lo que sí hay son insinuaciones, mensajes entre líneas dejados al albur de la imaginación de sus lectores suecos, culturalmente adiestrados para leer espacios blancos e interpretar silencios con el braille de la corrección política. Ellos lo llaman en sus chascarrillos «jamtelagen».
En la información ni siquiera se menciona que las últimas personas en ver con vida a la víctima fueron los agentes de la policía de Karlstad. La lista de elementos que, a juicio de Blanca Martínez Santamaría, demuestran que varios agentes han cometido negligencias y deliberadas irregularidades es notoria. Y todos esos datos aparecen solapados en una información que, ciertamente, en opinión de la familia, ha dado a conocer lo sucedido, pero de una forma parcial, descontextualizada e imprecisa. Y lo peor, en su opinión, es que blanquea la actuación de la policía y exime a los agentes implicados de responsabilidades, como si lo sucedido fuera el resultado de un tsunami o una tormenta de verano.
Jamtelagen style
No es un asunto baladí. Blanca confiaba en que ese reportaje alentara por fin a la Justicia sueca a reabrir el caso e investigar qué hizo quién y por qué. En el peor de los supuestos, esperaba que tal vez alguien, en algún lugar, supiera algo de lo ocurrido. Ciertamente, el tiempo transcurrido juega en su contra, pero el reportaje es tan incompleto que la familia intuye que ha sido redactado bajo una férrea censura, la que por regla común se autoimponen los medios suecos cuando se trata de poner en jaque a las instituciones o de proyectar alguna sombra sobre la propia imagen del país (para los estándares de España, serían considerados boletines parroquiales). En el transcurso de sus pesquisas, Blanca ha pedido incluso que se investiguen los vínculos de algunos implicados con algunos conocidos miembros del prestigioso Instituto Karolinska de Solna. A la hermana la resulta, cuando menos, una relevante coincidencia el parentesco de uno de ellos con cirujanos cardiovasculares.
Sus reproches no se basan en juicios de valor ni en circunstanciales coincidencias porque los documentos y los datos que la avalan son verdaderamente abrumadores. «No han mencionado, por ejemplo, que los agentes suecos que recibieron a mis primos trataron de persuadirles de que no vieran el cadáver pese a que la ley de ese país obliga a identificar al muerto para certificar la defunción», asegura Blanca. «¿Desde cuándo se desalienta a un familiar a que identifique un muerto para ahorrarle el mal trago de ver un cuerpo en mal estado? Tommy Pettersson, el policía encargado del caso, negó tener conocimiento de que mi hermano había sido detenido en Karlstad, pese a que me consta que esa documentación obraba en su poder, en la comisaría de Estocolmo.
Preguntas sin respuesta
¿Por qué mintió y qué ocurrió durante su arresto? ¿Por que los agentes de policía, los últimos en ver a mi hermano con vida, mintieron también sobre la hora en que Miguel Ángel abandonó la comisaría? ¿Por qué si el cuerpo se hallaba tan deteriorado y permaneció tanto tiempo en el agua apareció una fotocopia del DNI de mi hermano casi intacta en su bolsillo? ¿Por qué Miguel Ángel fue identificado por una enfermera de la morgue, a donde había sido enviado como un muerto anónimo, si en verdad había una fotocopia del DNI en su bolsillo? ¿No registró su cuerpo acaso la policía? ¿Cómo es posible que la fotocopia se hallara en sus bolsillos si este, supuestamente, había abandonado la comisaría de Karlstad tres horas antes de que la remitiera la Policía española? ¿Por qué no tomaron nota de los datos de la persona, Sara Adams, que supuestamente halló su cadáver? ¿Por qué no investigaron la posibilidad de que hubiera sido asesinado a pesar de que su cuerpo presentaba señales de golpes?
¿Por qué determinaron que mi hermano se suicidó lanzándose de un ferry sin comprobar tan siquiera si figuraba en el pasaje de los barcos que cubrían el trayecto? ¿Por qué se vulneraron todos los protocolos de actuación forense hasta el punto de que ni siquiera se tomaron fotografías de la víctima? ¿Por qué la forense decidió que mi hermano se había ahogado si en sus pulmones no había evidencias de encharcamiento pulmonar? ¿Por qué no evaluaron otros elementos como la presencia de hongos para determinar el tiempo que había permanecido en el agua? ¿Por qué Pettersson dio por cerrado el caso en octubre de 2005 si el dictamen de la autopsia está datado en febrero de 2006? ¿No necesitaba ni siquiera conocer los resultados del examen médico forense? ¿No resulta cuando menos singular que tanto el nombre de Pettersson como el de un segundo policía aparezcan a menudo junto a los registros de otros muertos sin identificar? ¿Por qué toda esta apabullante cantidad de irregularidades y muchas más no han servido para que se reabra la investigación? ¿Por qué la Prensa sueca presta tanta atención a las historias de tráfico de órganos que acontecen en Egipto, Palestina o la India y ha ignorado este, pese a que se trata del primer caso documentado en Europa?
Denuncia a un funcionario español
«Cuando sucede en la India es tráfico de órganos. Cuando pasa en Escandinavia, es un cuento de Navidad», concluye Blanca Martínez. A lo dicho habría que añadir los malos tratos dispensados a la vasca, de quienes han tratado de zafarse durante años tanto la policía como las instituciones suecas, mediante mentiras documentadas y desplantes.
Blanca Martínez se dispone ahora también a presentar una denuncia contra el funcionario español que estaba en 2005 al frente de la embajada de Estocolmo, quien, a su juicio, expidió un certificado de defunción incumpliendo de manera flagrante tanto la ley sueca como la española.Catorce años lleva esta vasca trazando círculos por el Negev de la burocracia sueca, una apisonadora desalentadora a la que Julian Assange comparó con los estados más totalitarios. «China del norte» la llamó el fundador de Wikileaks, persuadido, según dijo, de que las postales idealizadas de la Suecia humanitaria y humanista se halla a muchos años luz de la verdadera esencia de un país parcialmente penetrado por el racismo estructural (uno de los partidos con más ascendiente en su Parlamento, Demócratas de Suecia, es de inspiración nazi). Blanca siempre ha insistido en que a su hermano le trataron como a un cubo de basura porque asumieron erroneamente que era un inmigrante sin recursos por quien nadie iba a preocuparse. No vio los documentos.
En un cruce de mensajes con el diario sueco que publicó el primer reportaje amplio sobre el caso, y preguntado acerca de los motivos por los que su influyente periódico omitió los detalles documentados que apuntan a la policía, el editor del Nagens Nyheter, Caspar Opitz, aseguró a Público que habían tratado la historia como suelen hacerlo habitualmente. Es decir, «intentando reunir toda la información posible, valorándola y publicándola. Nada ha sido censurado, ocultado o abordado de un modo diferente a la forma en la que tratamos esta clase de historias. [En su pregunta hace referencia a datos] que no son familiares para nosotros, y obviamente, tiene información de la que carecemos o que no hemos sido capaces de confirmar», indicó el editor. Según la hermana de la víctima, la periodista sueca Evelyn Jones poseía toda la documentación precisa para apuntalar todas las afirmaciones anteriores. «Se le envió más papeles que a ningún otro reportero, y se le explicaron con detalle todas las acusaciones antes enumeradas, apuntalándolas sobre documentos».
https://www.publico.es/sociedad/forense-examino-al-vasco-corazon.html?utm_source=twitter&utm_medium=social&utm_campaign=publico
Hola. Siento mucho lo que sucedió a tu hermano y las circunstancias por las que lo habéis tenido que vivir en vuestra familia. Admiro tu coraje y te envío todos mis ánimos en tu lucha. Hoy he visto un reportaje que quizás sea de interés en SVT: https://www.svtplay.se/video/29308796/veckans-brott/veckans-brott-nfc-s-djupfrysta-hemligheter?start=auto Hablan sobre el execrable protocolo de actuación del centro nacional de forenses (NFC) de Suecia y sobre cómo muchas de las pruebas que reciben por parte de la policia no se analizan, ya sea porque los niveles de adn de las pruebas no se adaptan a los límites internos (e injustificados) que pone NFC, o porque entran dentro de la categoría de pruebas que en general no se analizan. No sé si este tema está relacionado con el caso de tu hermano y si os puede ayudar en algo, pero si el NFC tuvo relación con el caso, ahora parece ser un momento adecuado para actuar porque SVT ha destapado el funcionamiento execrable de la institución y, diría que lo han hecho en términos bastante duros para ser suecos. Ánimos.