Según la Organización Mundial de la Salud, cada año el mercado negro de órganos humanos mueve 10.000 trasplantes, por los que se paga y cobra una cantidad a cambio de un riñón, un pulmón, una cornea o una porción de hígado.
El negocio ilegal de partes vitales del cuerpo humano genera un comercio difícil de cuantificar, aunque la organización Global Financial Integrity calcula en, al menos, 550 millones de euros anuales, sin descartar que llegue a los 1.000. Aparte de esta práctica ilegal, pero consentida por el donante-vendedor, está la a priori increíble cuestión de si realmente existe el tráfico de órganos robados. En los últimos días, el hallazgo en París del cadáver de una niña de doce años, Lola Daviet, en el interior de una maleta y el hecho de que la policía barajara al principio la hipótesis del tráfico de órganos, rápidamente descartada, dio de nuevo titulares a esta práctica que la inmensa mayoría seguimos considerando una leyenda urbana. Existen sin embargo infinidad de informes de organismos e instituciones oficiales que denuncian este mercado, en ocasiones circunscrito a un lugar o a una coyuntura concreta – conflictos bélicos, desastres naturales o desplazamientos masivos de refugiados -, y que en la actualidad amenaza con extenderse, sin preocuparse por otras fronteras que no sean las del dinero. Es lo que llevan décadas denunciando las asociaciones de derechos humanos que reclaman más atención a un asunto que en determinados países hace tiempo que dejó de ser un macabro relato de terror.
Por ejemplo, en China. De acuerdo con las denuncias de organismos internacionales para la defensa de los derechos humanos, el gigante asiático estaría utilizando las ejecuciones de los reos condenados a muerte para abastecer la demanda de trasplantes en aquel país e incluso fuera de sus fronteras. Y en México, la banda criminal de los “Los Pistachos” lleva años sembrando el terror en Centroamérica con el secuestro de niños que viajan solos desde aquel país rumbo a Estados Unidos, para robar sus valiosísimos órganos y traficar con ellos. Son solo dos ejemplos de este tráfico nauseabundo y muy difícil de creer. No (solo) por la perversidad que supone, sino por las dificultades técnicas que presentaría ejecutar un acuerdo de este tipo: un órgano vital solo puede estar fuera del cuerpo de una persona durante seis horas, el número de profesionales que tendrían que estar implicados es elevado y se requieren instalaciones sanitarias con un mínimo de garantías. Solo por citar algunos de los argumentos que, por otra parte, suelen escucharse en boca de los “negacionistas”.
El definitivo Informe Marty
Entre los citados informes de organismos internacionales destaca uno de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa que denunció la venta de órganos de prisioneros durante la guerra de Kosovo. Se trata del informe Marty, bautizado con el apellido de su autor, un liberal democristiano suizo que también destapó la complicidad de los Gobiernos europeos con los vuelos secretos de la CIA. En su detallado dosier, Marty acusaba al Grupo de Drenica, ligado al Ejército de Liberación de Kosovo, de utilizar clínicas del norte de Albania para realizar trasplantes ilegales o llevar a cabo las extracciones de órganos para ser trasladados en aviones privados a cualquier lugar del mundo. Explica incluso cómo se hacía: un tiro en la cabeza al detenido para extraerle los órganos, o viceversa. En todo caso, él no fue el único en denunciar esta práctica. Con anterioridad, Carla del Ponte, fiscal del Tribunal Penal Internacional, escribió un libro sobre el comercio de órganos de prisioneros de guerra y la BBC emitió un reportaje en 2009 que mostraba el tránsito transfronterizo de prisioneros serbios desde Kosovo a Albania. Allí, en la clínica Medicus de Pristina, se hacían buena parte de las extracciones y trasplantes. El asunto, por otra parte, no se quedó en un informe, un libro o un reportaje televisivo: hubo un juicio en el que fueron condenados el director de la clínica, su hijo y cinco médicos. Fue la primera sentencia en el mundo que condenaba a médicos por estas prácticas y no solo a los intermediarios o a los cabecillas.
Mercado en alza
Con independencia de lo acaecido en Kosovo durante la guerra con Serbia, el tráfico ilegal de órganos continúa y, al parecer, se extiende. Hasta podría decirse que es un mercado en alza que se adapta a los tiempos que corren: campos de refugiados repletos donde resulta imposible preocuparse por las personas que una noche se desvanecen. ¿Sabemos, por ejemplo, cuántos niños se han “extraviado” en esas riadas de refugiados que vemos llegar cada día? Durante el éxodo sirio, todos los días desaparecía algún menor refugiado. Tanto de los campos, como en el tránsito e, incluso, una vez llegados a Europa. Así, tras la desaparición de 10.000 menores que ya habían llegado y solicitado asilo en diferentes países de Europa en 2016 – la mayoría huyendo de la guerra en Siria -, Europol volvió a alertar del incremento del comercio ilegal de órganos robados en el continente. Por su parte, la Sociedad Internacional de Trasplantes también insistió, ya a principios de 2017, en que este tipo de tráfico de órganos estaba aumentando en Europa y en África Oriental, especialmente en Sudán, Libia y Egipto, debido a la situación sociopolítica que vivía la región.
La invasión rusa de Ucrania y el éxodo de millones de ucranianos – movimiento de población sin precedentes, 90% de la cual son mujeres y niños – planteó de nuevo el gran reto de proteger de las redes de traficantes a quienes se veían obligados a buscar refugio fuera de sus hogares. Esta vez, a pesar del inevitable caos de los primeros días, hubo una mayor implicación en las autoridades a la hora de elaborar listas, controlar llegadas y comprobar los datos de quienes brindaban algún tipo de acogida. El organismo de lucha contra la trata de seres humanos del Consejo de Europa, GRETA, proporcionó a los países europeos asesoramiento para proteger a los refugiados ucranianos de los traficantes e identificar a posibles víctimas. Por su parte, Europol llevó a cabo una operación contra las redes criminales que tienen como objetivo a los refugiados ucranianos a quienes captan a través de sitios web y redes sociales. Una operación en la que participaron, por primera vez, las autoridades encargadas de hacer cumplir la ley en catorce países de la Unión Europea: Austria, Chipre, Dinamarca, Alemania, Hungría, Italia, Letonia, Lituania, Países Bajos, Portugal, Rumanía, Eslovenia, España y Reino Unido.
Convenio del Consejo de Europa
Si el tráfico de órganos habita en las sombras, suelen argumentar los expertos, es porque muchos lo han permitido. En general, los Estados no quieren reconocer que tienen tráfico de órganos dentro de sus fronteras, pueden asumir que tienen tráfico de prostitución o de drogas, pero nunca de órganos. Sin embargo, informes exhaustivos como el de Marty lograron finalmente que el Consejo de Europa redactara un Convenio contra el tráfico de órganos que entró finalmente en vigor el 1 de febrero de 2018, tras la ratificación de la República Checa, Noruega, Malta, Moldavia y Albania. Además, ya hay otros 17 países que lo han firmado, entre ellos España, Rusia, Reino Unido, Italia, Turquía, Polonia y Portugal.
Se trata del primer marco global para reprimir en el ámbito penal el tráfico de órganos humanos, proteger a las víctimas y perseguir a los traficantes. Así, el Convenio convierte en infracción penal la extracción ilícita de órganos humanos en donantes vivos o muertos y su utilización para trasplantes u otros fines, al tiempo que prevé medidas concretas para garantizar la transparencia de los sistemas nacionales de trasplantes.
Cuerpos vaciados
Es cierto, sigue costando creerlo, pero hay casos en los que resulta complicado seguir defendiendo que el tráfico de órganos en su modalidad robo se trata siempre de una leyenda urbana. Desmond Boucher murió en extrañas circunstancias el 6 de julio de 2019 mientras practicaba submarinismo en el Mar Rojo. Cuando el cadáver llegó a su ciudad natal en Gales para ser enterrado, sus familiares no solo tuvieron que enfrentarse al dolor de la pérdida, sino también a la sorpresa de que al cuerpo de Desmond le faltaran el corazón, una porción de hígado y el cerebro. La versión oficial de las autoridades egipcias fue que el galés se desmayó mientras tomaba parte en una expedición de buceo y fue trasladado al hospital, donde fue declarado muerto el mismo día a causa de una insuficiencia respiratoria grave. Sin embargo, nadie ha podido explicar aún la causa de que faltaran tan vitales órganos en el cadáver. Su familia, por otra parte, jamás lo habría sabido si las autoridades británicas no hubieran sometido el cuerpo a un segundo examen forense tras su repatriación al Reino Unido.
Menos de un año antes de la muerte de Desmond, el 18 de septiembre de 2018, otro británico fallecido en Egipto fue repatriado al Reino Unido sin corazón y sin riñones. Se trataba de David Humphries, quien hubo de ser trasladado al hospital tras sufrir un desmayo y donde después de su ingreso fue declarado muerto. El cuerpo fue repatriado a través de Dubai al Reino Unido el 1 de octubre, y sometido a una segunda autopsia que desveló que carecía de hígado y corazón. Como en el caso anterior, la familia se quedó perpleja aunque no logró obtener respuestas de las autoridades egipcias. En aquel país, por otra parte, la extracción ilegal de órganos es delito, pero eso no ha impedido que se hayan dado casos. De hecho, solo tres meses antes del fallecimiento de David, 37 personas habían sido condenadas a penas de entre tres a quince años de prisión por sustraer y trasplantar órganos ilegalmente, lo que explica que la familia del británico no descartara ningún posible escenario en su desesperada búsqueda de respuestas.
En España, el caso más conocido es el de Miguel Ángel Martínez Santamaría, cuyo cuerpo sin vida fue enviado a Inglaterra para ser sepultado en el cementerio londinense de Gunnesbury tras ser hallado muerto flotando en el rio cerca de Estocolmo. La policía sueca atribuyó la muerte a un suicidio y remitió a la familia la autopsia, donde se aseguraba que murió por ahogamiento. El cuerpo fue trasladado a Londres, donde el joven había vivido y quería ser enterrado, pero permaneció varios días en las cámaras frigoríficas del aeropuerto porque las autoridades británicas se negaban a autorizar su enterramiento sin el salvoconducto mortuorio ni el resto de documentación que la ley internacional exige. Así que hubo que repetir la autopsia y el resultado fue, una vez más, sorprendente: el cuerpo no tenía el corazón, le faltaba medio hígado y los pulmones no mostraban signos de ahogamiento. Las autoridades suecas aseguraron que el cuerpo de la víctima estaba “entero” cuando se envió a Londres e insistieron en la causa de la muerte reflejada en la primera autopsia.
Expertos forenses aseguran que es habitual la retirada de vísceras durante la autopsia y no descartan que, en ciertos casos, las mismas no sean restituidas por olvido. Sin embargo, también insisten en que debe quedar recogido en el informe de la autopsia qué se extrae, en qué cantidades, a dónde se remite y qué resultados se obtienen de las pruebas realizadas a esos órganos.