Miguel Ángel Martínez Santamaría, en Londres
El cadáver de Miguel Ángel Martínez Santamaría fue hallado en 2005 flotando en avanzado estado de putrefacción junto a la orilla de un fiordo de Estocolmo. La autopsia definitiva de Rästen-Almqvist que se remitió a la familia atribuía su muerte a un ahogamiento y especulaba con la posibilidad de que se hubiera suicidado. Esas mismas tesis que las autoridades suecas aceptaron como buenas no hubieran sido cuestionadas ni por su familia de no haberse dado la circunstancia fortuita de que Miguel Ángel Martínez Santamaría solicitó ser enterrado en el Reino Unido. Fue la segunda autopsia practicada por los ingleses a su llegada al aeropuerto londinense la que reveló que el cadáver enviado por los suecos carecía de corazón y de la mitad del hígado. Contradiciendo las conclusiones de la forense sueca Rästen-Almqvist, el examen del patólogo Peter Wilkins reveló también que los pulmones no mostraban signos de ahogamiento ni de encharcamiento pulmonar.
¿Qué dijo la forense sueca a propósito de lo ocurrido? En primer lugar, que el cadáver partió entero hacia Inglaterra. Años más tarde, precisó a una periodista de un conocido diario de Estocolmo que debía descartarse la posibilidad de que hubiera olvidado retornar los órganos al cuerpo tras haberlos sometido a un análisis toxicológico o anatomopatológico. La pregunta, en tal caso, parecía más que obvia: ¿cómo se extraviaron esos órganos?
Chapuza «Made in Sverige»
Las dudas acerca de la correcta aplicación de los protocolos policiales y de ciencia forense se hacen extensivas a cuantos expertos se ha consultado a ese respecto. Y entre ellos, el vallisoletano Aitor Curiel López de Artaute, miembro de la Sociedad Española de Criminología y antiguo profesor externo de la Academia de Quántico del FBI. «Hasta que no se demuestre lo contrario, lo lógico en una muerte sospechosa es hacer fotografías y un estudio complementario de órganos, para que lo hubiera sido preciso derivarlos a un laboratorio de anatomía patológica», asegura. «Yo podría entender que su cuerpo hubiese llegado a Inglaterra sin ese corazón y esa mitad del hígado si, en efecto, se hubieran remitido esos órganos a la institución correspondiente para someterlos a un examen».
El hecho de que la forense sueca haya desmentido tal extremo viene a reforzar la idea de que está faltando a la verdad y, sobre todo, confirma la magnitud de la chapuza cometida, deliberadamente o no, por todos los funcionarios suecos implicados en el caso. Pese a ello, la administración escandinava sigue obstinada en no ver irregularidades en la investigación, o ausencia de ella, llevada a cabo por sus agentes y sus forenses. Todo intento de contactar con su policía para obtener una respuesta ha resultado infructuoso hasta la fecha. En nuestra última intentona, nos remitieron a una empleada de su departamento de archivo.
A ojo de cubero sueco
La hermana de la víctima, Blanca Martínez, cree que, en el mejor de los casos, los suecos asumieron que su hermano era una especie de sintecho por cuya suerte nadie iba a interesarse. En otras palabras, no contaban con ella. La misma autopsia que atribuye la muerte a un ahogamiento no proporciona información fundada y precisa acerca del momento de la muerte del vasco pese a que la ciencia forense dispone de herramientas eficaces para determinar, por ejemplo, el tiempo que Miguel Ángel llevaba en el agua cuando fue hallado su cadáver.
«No hay duda de que se puede saber el tiempo que un cuerpo ha estado en el agua con más o menos grado de acierto», dice el colaborador español del FBI. «Cuanto más cerca está el fallecimiento más acertada será la aproximación. Se puede establecer analizando el estado externo e interno o efectuando pruebas bioquímicas. Incluso hay estudios complementarios para establecer si se ha ahogado en el sitio donde apareció el cadáver o en otro lugar. Por ejemplo, podemos saber si ha pasado de agua dulce a agua salada por osmolaridad. También se puede analizar mediante diatomeas, que son unas algas de caparazón silíceo que nos permiten determinar si se ha ahogado en el lugar donde se halló. En todo caso, un buen estudio, un estudio en profundidad, pueda dar muchísima información».
La clase de estudio a la que se refiere Aitor Curiel López de Artaute jamás se llevó a cabo pese a que la propia policía reconoció que existían sospechas de una muerte violenta. No podía ser de otro modo en el caso de un cuerpo que apareció flotando junto a un puente. La historia de esa investigación es en realidad la historia de sus omisiones. El desaguisado policial que rodea a este caso supera el esperpento cuando se considera, por ejemplo, que el cadáver no fue ni siquiera identificado por la policía. Fue una enfermera de origen español que se encontraba de guardia en el depósito de cadáveres quien hurgó en los pantalones de la víctima y halló una fotocopia de un documento identificativo. De no haber estado allí Isabel Cereceda, Martínez Santamaría yacería sepultado de manera anónima en algún cementerio sueco.
El hecho de que, en algún momento, Miguel Ángel perdiera su corazón y parte del hígado ha suscitado rumores acerca de la posibilidad del tráfico de órganos, ajenos en la mayor parte de los casos a la propia familia. ¿Pudo robársele su corazón y una parte del hígado para un trasplante después de ser hallado muerto o en la mesa de autopsias? A juzgar por lo que afirma el colaborador español del FBI, la idea es simplemente absurda. «Después de ahogado y transcurridos varios días, esos órganos no sirven para nada, ni para la ciencia ni para donar. De haberse robado, se habrían extraído con anterioridad. Es decir, en vida o recién muerto son los únicos supuestos en que los órganos poseen alguna utilidad en cualquiera de los sentidos».
Atendiendo a las palabras del experto, semejante certeza, en combinación con el hecho también cierto de que en algún momento se le extrajo el corazón y el hígado como demuestra la autopsia inglesa, nos sitúa necesariamente ante uno de estos dos escenarios: o alguien le arrebató sus órganos bajo condiciones controladas antes de que muriera y lo arrojó a las aguas (lo que no debería haber pasado desapercibido a la forense sueca) o se le extrajeron los órganos durante la autopsia para someterlo a un examen macroscópico, micróscopico o toxicológico. Si así fuera, o terminaron en el cubo de la basura de la mesa de autopsias o en el frigorífico de algún laboratorio, a la espera de ser incinerados.
Aitor Curiel López, el criminólogo español junto a las instalaciones del FBI, en Quántico.
Se amontonan los muertos
No es la primera vez que aparecen órganos perdidos en las basuras de Solna. Una de las novelas de Stieg Larsson se inspira en hechos semejantes y en un crimen con circunstancias que presenta analogías con el de Miguel Ángel. El positivo estereotipo de la «eficiencia» sueca ha sido puesto en entredicho varias veces a tenor de varios casos probados de identificación errónea de cadáveres en las morgues de Estocolmo, así como retrasos en enterramientos y hacinamiento de cuerpos en condiciones africanas.
Por otro lado, existe un hecho significativo y es que la autopsia definitiva de la forense enumera los pesos precisos de los distintos órganos de Martínez Santamaría, y entre ellos, el corazón. De manera que, salvo que esos datos hubieran sido falseados en un examen forense fabricado ad hoc ante la presiones de la hermana coraje, Petra o sus ayudantes tuvieron necesariamente que extraerlos en algún momento.
En tal sentido, López de Artaute nos precisa: «Para determinar el peso de los órganos hay que cortar todos los vasos que entran y salen. Después se llevan a cabo unos cortes y un estudio macroscópico. A menudo, se toma una muestra para un estudio microscópico o incluso toxicológico. ¿Quién te dice que no le han intoxicado y lo han tirado al mar, por ejemplo? Por eso es aconsejable realizar un estudio anatomopatólogico y luego toxicológico y eso requiere la extracción de partes de los órganos para enviarlos al laboratorio».
¿Se hizo la sueca Petra?
¿Podría haberse dado el caso de que los órganos se extrajeron y nunca fueron devueltos? Aunque la forense sueca niega tal extremo, dicha circunstancia no solo no es insólita, sino que es relativamente habitual. Casos así se han producido incluso en España. Por ejemplo, dos años antes de que fuera hallado muerto Miguel Ángel, en 2003, las autoridades inglesas denunciaron que varios cuerpos de británicos habían sido repatriados desde Francia y España sin alguno de sus órganos. Al menos cuatro cuerpos vaciados procedían de nuestro país.
Claro que, tal y como quedó probado, los órganos de los británicos no fueron retirados secretamente u olvidados en algún cubo de desechos, sino remitidos al Instituto de Toxicología para completar el examen forense. Un juzgado malagueño —el número 4 de Torremolinos— llegó entonces a decretar que se devolviera el corazón a un joven de 34 años, Clive Buswell, fallecido cuando se bañaba en una piscina de Benalmádena. El órgano había sido extraído y remitido a Sevilla para que se le efectuara un examen patológico más preciso y, entre tanto, se devolvió el cuerpo incompleto al Reino Unido para agilizar la repatriación.
Más recientemente, un fiscal albanés ha solicitado información a las autoridades españolas acerca de un ciudadano de su país, Saimir Sula, fallecido en 2020 en el hospital de Barcelona y, según su familia, retornado a Albania sin corazón. Se desconocen todavía las circunstancias en que perdió el órgano.
«Los forenses debemos decidir siempre si examinamos el corazón macroscópicamente haciendo disecciones o lo remitimos al anatomopatólogo para que analice las lesiones microscópicamente», añade el antiguo profesor español de la Academia de Quantico. «Casi siempre se remite al Instituto Nacional de Toxicología porque siempre ve más un patólogo. Claro que este tarda un mes o más en efectuar las pruebas, de modo que el órgano se conserva el tiempo legalmente establecido y ya no se devuelve al cadáver. No es posible tener un cuerpo abierto un mes y medio en espera de los resultados para volver a meterle el corazón».
La ley española establece, sin embargo, de manera muy clara las condiciones bajo las que deben llevarse a cabo estas prácticas. Entre otras cosas, es obligado recoger en el informe de la autopsia qué y cuánto se extrae; a dónde se envían los órganos y qué resultados se obtiene. Las muestras se incineran en un plazo de hasta cinco años tras el fallecimiento sin que se precise la autorización de la familia. Nada de esto se llevó a cabo en el caso de la autopsia de Rästen-Almqvist.
Comprando riñones de pobre
Por otro lado, estos escenarios legales no descartan tampoco la posibilidad de que alguno de esos cuerpos remitidos a Inglaterra durante los últimos años, y entre ellos el de Miguel Ángel, hubieran sido vaciados para la obtención ilegal de órganos. Existe una demanda ilegal de trasplantes incluso en Suecia, del mismo modo que hay evidencias de la existencia de grupos organizados en el Tercer Mundo especializados en satisfacer esa demanda europea.
Incluso en Europa Occidental hay antecedentes de irregularidades relacionadas con el uso de órganos. Así, por ejemplo, la Ley de Tejidos Humanos aprobada en 2004 en Gran Bretaña fue la consecuencia de un truculento descubrimiento conocido como el «escándalo de Alder Hey». Desde 1988 a 1995 se extrajeron, retuvieron y eliminaron secretamente más de 2.000 muestras de tejidos humanos, órganos incluidos, del cuerpo de 850 niños en el Hospital de Alder Hey de Liverpool. La glándula del timo de niños operados del corazón se comercializaba a la industria farmacéutica, no solo en ese centro sino en más de la mitad de los hospitales del país.
El PNV no ayudará a las víctimas
En lo que concierne al caso de Miguel Ángel, la lucha de la familia Martínez Santamaría continúa. Tal y como dio a conocer este diario hace varias semanas, el Ministerio de Justicia del Reino Unido y el cementerio londinense de Gunnersbury han autorizado recientemente por segunda vez la exhumación del cadáver del vasco con el fin de permitir que sus allegados realicen una tercera autopsia que pueda contribuir a aclarar por qué motivo su cadáver fue enviado en 2005 a Inglaterra desde Estocolmo sin su corazón, tres quintas partes de su hígado y su páncreas. El permiso ha sido expedido a petición de Blanca Martínez Santamaría, quien lleva luchando desde hace quince años con una determinación inquebrantable para averiguar lo que ocurrió.
Blanca Martínez ni siquiera tiene claro si los restos mortales que yacen sepultados corresponden en verdad a su hermano, enigma que podrá ser definitivamente desvelado cotejando el ADN de esos restos con el que se tomó a sus padres después del fallecimiento.
Se trata de la segunda vez que las autoridades británicas autorizan a exhumar el cuerpo para identificarlo y examinar sus restos. Ya a mediados de 2018, los ingleses expidieron un permiso con validez de un año para efectuar las pruebas. En aquella ocasión, el plazo se agotó sin que los restos pudieran ser desenterrados debido, entre otras cosas, a que Blanca carecía de los recursos necesarios para hacer frente a los costes de la operación y algunas autoridades vascas incumplieron su compromiso verbal de ayudar a las víctimas.
El último varapalo para la familia tuvo lugar esta misma semana. Por un lado, se ha demorado la votación de una propuesta de Bildu y Elkarrekin Podemos IU ante la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco para ayudar a la familia a hacer frente los gastos de la exhumación y la autopsia y por otro, se ha dado a conocer que el PNV ha decidido abandonar a este familia y dinamitará cualquier intento de apoyo económico. Blanca Martínez ha anunciado, sin embargo, que el cuerpo se exhumará este año pese a sus dificultades para recabar los fondos y el desamparo en que el PNV ha dejado a su familia.